2014 ¿Las primeras elecciones «europeas»?

Este martes, la Comisión Europea nos sorprendía con el anuncio de una recomendación dirigida a los partidos políticos europeos en la que les pedía que designaran a su candidato a presidente de la Comisión en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, que tendrán lugar en mayo de 2014. Barroso, actual jefe del Ejecutivo comunitario, hacía de este modo una interpretación amplía del art. 17.7 del Tratado de la Unión Europea, enmendado en la reforma de Lisboa, que establece una relación directa entre el resultado de las elecciones europeas y la elección del candidato a la presidencia de la Comisión.

European Commission President Barroso holds a news conference on the financial crisis in Brussels

Lo cierto es que ese artículo lo que aportaba, en principio, era una mayor intervención de la Eurocámara en el nombramiento del presidente de la Comisión, que no es «elegido» en sentido estricto por la Cámara, ya que es propuesto por los Estados miembros en el Consejo Europeo, teniendo que pasar el trámite del visto bueno de los eurodiputados. Pero, de algún, modo, este mecanismo reforzaba la legitimidad de su designación, al ser investido por la reelegida mayoría del Parlamento Europeo.

Con este anuncio, se da un paso más hacia el objetivo, siempre presente, de que sean los ciudadanos quienes elijan directamente al presidente del «Gobierno» de la UE. Con ello, se pretende, esencialmente, aumentar el atractivo y participación de los ciudadanos en una elección mermada por el escaso interés que despierta entre la ciudadanía. Todo ello en unos momentos especialmente difíciles como los que se viven en la UE, cuyas decisiones precisan más que nunca de la legitimidad que debe otorgarles la voluntad popular.

Unas elecciones de «segundo orden» 

La baja participación testada en sucesivas elecciones al Parlamento Europeo ha sido interpretada en relación a la propia naturaleza y características de estos comicios. La literatura sobre el tema es extensa (Weiler, Haltern & Mayer, 1995; Reif y Schmitt, 1980; Reif, 1985) y nos habla de una elección determinada tradicionalmente por la agenda política nacional; una suerte de examen a medio plazo para el partido nacional de turno que está en el poder. Es por ello que se las conoce como unas elecciones de «segundo orden», es decir, de importancia menor a ojos de los partidos (que prefieren centrar la campaña en discursos más nacionales que de nivel europeo), de los medios de comunicación y del electorado, en comparación con las de «primer orden», las elecciones nacionales.

La alta abstención que se registra en las elecciones europeas viene determinada, principalmente, porque sus resultados han tenido escasas consecuencias en el proceso político europeo, ya que no suponen un reparto de poder, es decir, la expectativa imprescindible de cambiar un Gobierno por otro o, como lo expresan Weiler y sus colegas: «to throw the scoundrels out». La idea de alternancia es esencial en el juego democrático. Ello no ha existido en la UE. ¿Hasta ahora?

¿Las primeras elecciones «europeas» ?

No le falta a razón al Ejecutivo comunitario, cuando destaca que las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 «serán especialmente importantes para la UE», porque la crisis económica y financiera precisa de una respuesta europea, así como avanzar para solventar los desajustes entre la política monetaria común y las políticas fiscales, avanzando hacia una Gobernanza Económica común. Pero, por fin los líderes europeos son conscientes de que todo avance hacia una mayor integración requerirá el apoyo y la participación de los ciudadanos. Los números rojos de la legitimidad democrática de la UE, antaño sorteados con acuerdos entre élites políticas ante el consenso pasivo de la ciudadanía, son ya insalvables en la situación actual.

Resulta curioso, en este punto, indagar en algunos estudios de opinión de citas electorales pasadas para darnos cuenta de en qué medida ha cambiado la situación en la UE en todo lo que concierne a las preocupaciones de los ciudadanos y su relación con los asuntos que se manejan desde Bruselas. Un Eurobarómetro pre-electoral del verano de 2004 nos mostraba que los ciudadanos europeos percibían un escaso impacto de las actividades de la UE en sus vidas, algo que, sin duda, restaba trascendencia a estos comicios, influyendo en la decisión de ir o no a votar. De dicho estudio se desprendía que la actividad y políticas de las instituciones nacionales, en primer lugar, seguidas de las regionales y locales, tenían un mayor impacto en la vida de los ciudadanos visiblemente por encima de la UE en su conjunto. Está claro que la crisis económica y la respuesta de la UE a esta crisis ha fulminado tales percepciones.

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Otro factor a tener en cuenta es que estamos ante los primeros comicios tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que incorporó reformas institucionales reseñables en lo que respecta a la democratización del proceso de toma de decisiones, con un Parlamento Europeo erigido por fin como poder legislativo a la altura del Consejo, con la extensión de la codecisión como «procedimiento legislativo ordinario». Aunque lo cierto es que la experiencia nos ha enseñado que las consecuencias de estas reformas tienen sus «límites» si las analizamos desde la óptica de la percepción ciudadana.

A mayores poderes del Parlamento Europeo, mayor abstención 

Históricamente, la legitimidad que un Parlamento electo y reforzado en sus poderes en las sucesivas modificaciones de los Tratados ha  aportado al conjunto del sistema institucional comunitario está sin duda mermada por la baja participación en sucesivas citas electorales, un hecho ligado al escaso conocimiento que la ciudadanía en general ha tenido, y tiene, de tales avances «democráticos». Lo cierto es que desde 1979 (fecha en que se elige por primera vez por sufragio universal la Eurocámara) hasta la fecha, las elecciones al Parlamento Europeo no hacen sino confirmar la negativa correlación entre el aumento de facultades del Parlamento y la progresiva baja participación en los comicios.

Paradójicamente, lejos de aquella idea que colocaba al Parlamento Europeo y su «empoderamiento» como el factor clave para aumentar la legitimidad de la UE, las elecciones europeas no han hecho sino aumentar la visibilidad del déficit democrático.

En 1979, cuando el Parlamento Europeo está dotado apenas con poderes de supervisión sobre la Alta Autoridad de la CECA y el derecho a enmendar una mínima parte del gasto comunitario, la participación llega al 63%. En el 89, después de que el Acta Única Europea introdujera los procedimientos de cooperación y de dictamen conforme y favorece el rol consultivo de la Cámara, la participación desciende dos puntos y medio respecto a las del 84, situándose en el 58,5%.

Las primeras elecciones tras el Tratado de Maastricht, celebradas en 1994, confirman la tendencia a la baja (56,8%), a pesar de ser la primera reforma de los Tratados en la que se decide equiparar la autoridad legislativa del Parlamento con la del Consejo en las quince materias a las que se aplica la codecisión. Aquí hay un elemento fundamental a tener en cuenta, que se explicita muy bien en los estudios europeos de opinión pública. En un Eurobarómetro posterior a la cita electoral, se recoge que solo el 37 % de los encuestados  conoce que el citado Tratado ha aumentado los poderes del Parlamento Europeo.

Las jornadas electorales de 1999, 2004 y 2009 ratifican la desconexión con la ciudadanía: la participación cae ya por debajo del umbral del 50 %.

¿Podemos esperar, entonces, que la reforma de Lisboa influya en alguna medida para aumentar la participación? Difícil poder afirmarlo, teniendo en cuenta, además, que el último Eurobarómetro confirma el desconocimiento persistente de los ciudadanos europeos, sin ir más lejos, sobre sus propios derechos de participación política, o de otro tipo, ligados al estatus de la Ciudadanía de la Unión.

Por lo tanto, cabe esperar que, a la hora de aumentar el interés por las elecciones europeas sea más importante pensar que estas elecciones pueden ser trascendentes para elegir al presidente de la Comisión Europea, y, por descontado, para decidir el modelo europeo de respuesta a la crisis económica, que, por primera vez, estará en la agenda de los partidos en la campaña, por encima de las clásicas disputas y circunstancias meramente nacionales.

Hablando de partidos políticos…

El «déficit» de partidos políticos europeos 

El desarrollo de partidos políticos verdaderamente transnacionales ha sido difícil dadas las circunstancias en las que se ha movido el proceso de integración y de toma de decisiones en la UE, donde ha primado el modelo intergubernamental, ya sea a través de las CIG o dentro del Consejo de Ministros. Ello ha tenido como resultado el refuerzo del papel de los Ejecutivos nacionales a costa del poder de influencia y de control de los parlamentos y de los partidos políticos. Ha faltado en este punto que los partidos ejerzan como vehículo para impulsar una genuina elección «europea» (véase en este mismo blog «Partidos políticos europeos, democracia y participación«).

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El estatuto de los partidos políticos europeos está regulado por una norma de 2004, cuya renovación se viene impulsando desde el Parlamento Europeo con el objetivo de reforzar su marco legal en la legislación comunitaria, para dar mayor autenticidad a la condición transnacional de estos partidos, e impulsar un debate político verdaderamente europeo.

Precisamente en el día de ayer, la Comisión de Asuntos Constitucionales del Parlamento Europeo debatía un informe sobre este asunto, con las elecciones de 2014 en el punto de mira. El objetivo es que los partidos de la Eurocámara dejen de ser meros «paraguas» de sus matrices nacionales, dotándolos de personalidad jurídica en base al Derecho comunitario, con financiación más flexible y transparente, y un campo de actuación mayor, pudiendo participar en campañas de referendum sobre cuestiones que atañen a la UE.

¿Serán suficientes todos estos «impulsos» para que en 2014 podamos hablar, por primera vez, de elecciones «europeas»? 

Tendrán que confluir varios factores:

-La expectativa de alternancia política, con una verdadera correlación entre la voluntad popular expresada en las urnas y el presidente de la Comisión que junto a su equipo salga refrendado de la mayoría electa del Parlamento Europeo.

-El desarrollo de una campaña de dimensión europea centrada en cuestiones comunes que nos atañen a todos los europeos. Debate europeo frente a las clásicas riñas «domésticas». En España, por ejemplo, lo comicios no deberían ser un examen para el Gobierno de Rajoy, sino para la visión de ajustes, recortes y contención del gasto impuesta desde Bruselas. Votamos por un modelo europeo para salir de la crisis, que debe ser el eje esencial del discurso de los partidos en la campaña. Los partidos políticos europeos deben pasar, por ello, el examen de su discurso y alcance transnacional.

-Por último, que, si se dan estos factores, los europeos seamos capaces de ver la trascendencia de nuestro voto para el desarrollo de nuestras vidas, eligiendo un modelo de Europa que se reflejará en las políticas que implementarán nuestros Gobiernos.

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La ciudadanía europea, la participación política y el futuro de la UE

Aprovechando la celebración en 2013 del Año Europeo de los Ciudadanos, y con las elecciones al Parlamento Europeo en el horizonte de 2014, el Centro de Excelencia Jean Monnet «Antonio Truyol» (Universidad Complutense de Madrid) dedica este año su Seminario de Invierno al análisis de la participación ciudadana dentro de lo que podríamos denominar «sociedad civil europea». A través de dos mesas redondas, se ha abordado esta cuestión de «la ciudadanía europea y la participación política», profunda y compleja donde las haya, desde varios puntos vista, contando para ello con la presencia en el debate de algunos de los principales expertos sobre la materia.

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Así se hizo en la mesa redonda celebrada en la tarde del 12 de marzo, donde participé como moderadora, y que fue presentada por el Catedrático de Relaciones Internacionales y Cátedra Jean Monnet de la UCM, D. Francisco Aldecoa Luzárraga. En esta ocasión, la perspectiva de la sociedad civil y de las ONGs en la UE fue aportada por Francisca «Paquita» Sauquillo, presidenta del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad. Por su parte, el Doctor de la UCM José Carmelo Lisón nos acercó la visión antropológica para la construcción de una «conciencia europea»; mientras que Miguel Ángel Benedicto, periodista y profesor de la Universidad Europea de Madrid aportó una mirada más política, centrada en la reforma institucional y los próximos comicios europeos de 2014. Por último, la intervención del catedrático Jean Monnet de Derecho de Ciudadanía Europea de la UCM, Manuel Nuñez Encabo estuvo enfocada hacia la política europea de comunicación y los pasos a dar para construir una opinión pública común.

893680_578658835477887_209682911_oPara lanzar el debate, planteé para empezar algunas cuestiones que, sin duda, nos  planteamos a la hora de analizar el tema de «la ciudadanía europea y la participación política»:

  • ¿Conocen los ciudadanos europeos sus derechos de participación política en la UE? ¿Están interesados en conocerlos y hacer uso de ellos? ¿O resultan más atractivos otros derechos, beneficios y ventajas socio-económicas ligadas al estatus de ciudadano de la Unión, tales como poder estudiar, trabajar y vivir en otro país de la UE o la atención sanitaria en otro Estado miembro? 
  • ¿Podemos hablar ya del incipiente desarrollo de una sociedad civil europea? ¿Y de una esfera pública supranacional?
  • ¿Cómo pueden contribuir a estos desarrollos nuevos instrumentos de participación como la Iniciativa Ciudadana Europea?
  • ¿Qué valor añadido podemos destacar en una participación ciudadana de dimensión europea?
  • En cuanto a las TIC, Internet y Redes Sociales ¿Qué papel juegan y pueden llegar a desempeñar para generar un debate ciudadano de contenido genuinamente europeo?
  • ¿Qué ha supuesto la crisis económica en el ámbito de la participación ciudadana en la UE? ¿Se abre un terreno de oportunidades?
  • ¿Está el futuro de la UE ligado de algún modo a la participación ciudadana? ¿Al objetivo de lograr una Europa más ciudadana, social, participativa?

El primer turno de palabra corrió a cargo de Francisca Sauquillo, que centró su intervención en la dimensión social de la Unión Europea y el rol que están desempeñando las redes de ONGs en su actividad de «lobby» dirigida a recuperar los «pasos atrás» que ha supuesto la respuesta europea a la crisis económica y financiera. Según Sauquillo, «la crisis ha elevado el coste de la legitimidad en la UE», y se puede observar una creciente «desafección» de los ciudadanos hacia el proyecto comunitario. En este sentido, llamó la atención sobre los «pactos sociales que están en peligro», en concreto el Estado del bienestar, y fundamentalmente esa «Europa solidaria y de valores».

Para Francisca «Paquita», invertir esta tendencia tiene que ser un objetivo prioritario de las políticas europeas, en constante diálogo con la sociedad civil. La presidente del Movimiento por la Paz, insistió en que hay que apostar, «porque es posible», por un Estado del Bienestar compatible con la globalización, reforzando ese «diálogo civil con los ciudadanos», que ha sido una constante desde la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial.

Para finalizar su intervención, destacó la idea de «una ciudadanía ligada al derecho de participación»; así como el gran paso que ha supuesto el Tratado de Lisboa y la Iniciativa Legislativa Europea en este objetivo.

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El  periodista, profesor y miembro del Team Europe, Miguel Ángel Benedicto, aportó, como decíamos, una perspectiva más política, ligada a las reformas institucionales que son precisas para afrontar el eterno problema de la legitimidad de la UE y el desplome de la confianza de los ciudadanos hacia sus instituciones y procesos políticos y electorales. Comenzó citando una palabras del empresario suizo  Thomas Minder: «Europa tiene miedo a la democracia directa y al voto popular», para ejemplificar esa necesidad imperiosa del proyecto comunitario de dotar de mayor voz y poder al pueblo, porque de lo contrario se sucederán los conflictos sociales en una Europa que ya no puede vender la idea de progreso económico y bienestar.

La crisis, según Benedicto, ha devuelto los «fantasmas» de la guerra al Continente y ha puesto otra vez de manifiesto que el apoyo de los ciudadanos a la UE, ese europeísmo que se palpaba años atrás, no era sino instrumental: «ahora ya no nos va tan bien con Europa». La consecuencia es la pérdida de apoyo y confianza en las instituciones europeas, e incluso, lo que es más preocupante, entre los propios europeos.

El profesor de la Universidad Europea de Madrid analizó también las perspectivas que se abren ante las próximas elecciones europeas (que serán en mayo de 2014),  caracterizadas tradicionalmente por una alta abstención. La falta de liderazgo en la UE, que los partidos no puedan presentar un candidato a presidente de la Comisión, la creencia de que estas elecciones no son decisivas para elegir o cambiar el Gobierno europeo o la ausencia de partidos políticos transnacionales fueron destacados por el ponente como algunos de los obstáculos para que estos comicios sean realmente trascendentales para el futuro de la UE.

Benedicto abordó, por último, las urgentes reformas institucionales para lograr una UE más democrática, unas instituciones menos lentas y rígidas y avanzar hacia una mayor integración. Tampoco olvidó citar el horizonte ineludible de la Europa política, que no puede ser otro que el federal.

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El tercer turno de intervención fue para el Doctor en Antropología de la UCM José Carmelo Lisón, que realizó un análisis de la principal herramienta para medir la opinión pública en la UE: el Eurobarómetro. Para Lisón, este estudio tiene sus límites y no podemos tomarnos sus resultados al pie de la letra para medir el europeísmo dentro de cada Estado miembro, por la diversidad cultural, de situaciones geográficas y lingüísticas que encontramos dentro de los Veintisiete. Lo que sí podemos sacar en claro de los datos que nos aporta el Eurobarómetro es la percepción por parte de los ciudadanos de una carencia democrática en la UE.

Según el profesor, existen determinados símbolos europeos que son capaces de provocar «respuestas positivas» en la ciudadanía europea, y en ellos está la clave de una identidad común: la bandera y el himno; el euro; programas de intercambio como el Erasmus. La base de una «conciencia europea» para lograr mayor implicación de los ciudadanos estaría, para Lisón, en varios ámbitos clave: para empezar, la educación (con el desarrollo de una asignatura de ciudadanía europea); el aprendizaje de idiomas; los programas europeos de intercambio para estudiar, hacer prácticas y trabajar en otro país de la UE; una televisión europea y que se proyecten películas en versión original.

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Para finalizar el debate, el catedrático Manuel Nuñez Encabo habló del objetivo de construir un espacio común de la información en Europa, como requisito imprescindible para que exista una opinión pública común europea. Según Nuñez Encabo, actualmente contamos con multitud de fuentes de información sobre la UE, pero no con una fuente común de información, que funcione como una «red». En este sentido, hizo referencia a la necesaria especialización del periodismo en asuntos comunitarios y a la posibilidad de coordinar programas comunes utilizando para ello las televisiones públicas. En este punto, el profesor y miembro de la FAPE, lamentó la salida de Televisión Española de Euronews.

Para Nuñez Encabo, hay que comunicar mejor la gran cantidad de «contenidos positivos» que ha supuesto la integración europea y el desarrollo de muchas políticas en ámbitos como la educación, la libertad de movimiento, la juventud o el empleo; así como ahondar en una estrategia europea de comunicación (que echa en falta en instituciones como el Consejo y la Comisión) para que los ciudadanos conozcan mejor sus derechos y oportunidades.

  • Más información en la Página Web del Centro de Excelencia Jean Monnet «Antonio Truyol».
  • Crónica en el blog Ciudadano Morante

Partidos políticos europeos, democracia y participación

Hemiciclo del Parlamento Europeo en Estrasburgo © Parlement Européen © Architecte

¿Qué es un partido político «europeo»? Responder a esta pregunta implica algo más que conocer las condiciones jurídicas, políticas y relativas a la financiación que recoge el que hasta ahora es el único marco legal sobre la cuestión: el Reglamento de 2004. Implica algo más porque no se trata sólo de conocer las condiciones legales para poder ser reconocido como partido «europeo», porque en realidad los partidos están en el epicentro de un debate más amplio y de mucho mayor calado y que tiene que ver esencialmente con la democracia europea y con la necesidad de impulsar y facilitar la participación ciudadana. Responder a esta pregunta significa, por tanto, preguntarse muchas otras cosas, como, por ejemplo, qué podrían llegar a ser los partidos «europeos» dentro del entramado institucional comunitario, qué podrían aportar a la democracia europea, como auténticos vehículos que transportan la voluntad popular y canalizadores, junto con la sociedad civil, de la participación y el activismo público ciudadano.

Según el Reglamento que entró en vigor en 2004, por el que se aprobó el estatuto y la financiación de los partidos políticos a escala comunitaria, pueden constituirse como partidos políticos europeos todos aquellos que tengan personalidad jurídica en el Estado miembro en el que tienen su sede, así como tener representación en el Parlamento Europeo o en los parlamentos nacionales o regionales como mínimo en una cuarta parte de los Estados miembros y, además, haber obtenido como mínimo un 3% de los votos en las últimas elecciones al Parlamento Europeo en cada uno de dichos Estados miembros. Evidentemente, estos partidos deben respetar los principios de la UE, condición que se exige, como es lógico, a cualquier miembro del club europeo.

El pasado 26 de enero, la Comisión de Asuntos Constitucionales del Parlamento Europeo debatió sobre la posibilidad y la conveniencia de reforzar este marco legal a nivel europeo para dar mayor autenticidad a la condición transnacional de estos partidos, y sin obviar, como decíamos antes, abordar un debate de mucho mayor calado: la democracia europea y la participación ciudadana a escala europea.

Es evidente que los partidos políticos han sido tradicionalmente un vehículo esencial de la participación ciudadana y del activismo político y social ciudadano, pero no es menos evidente que el declive de los partidos a nivel nacional y la desconfianza de la ciudadanía hacia ellos y la política en general, han hecho que los índices de militancia se sitúen en niveles bastante bajos, especialmente entre los jóvenes. Tampoco es menos evidente que la regeneración de la crisis de la democracia debe comenzar con la regeneración de los propios partidos en lo que concierne a su funcionamiento interno y a su forma de autogobernarse. La democracia interna de los partidos es el primer paso para revitalizar la democracia y animar a la participación de la ciudadanía dentro de sus filas.

Guy VERHOFSTADT, líder de la Alianza de los Demócratas y de los Liberales para Europa (ADLE) © European Union 2011 PE-EP

La democracia europea tiene también y de forma esencial, un debate obligatorio en torno a los partidos, al papel que juegan en la toma de decisiones, en la elección del «Gobierno europeo» y en la consecución de un verdadero perfil «transnacional» de la política europea. Mientras los partidos representados en el Parlamento Europeo no puedan, entre otras cosas, presentar candidatos y elegir al presidente de la Comisión Europea, difícilmente la ciudadanía tendrá la sensación de que algo importante se decide en las elecciones al Parlamento Europeo, por mucho que se le explique que el poder legislativo de la Eurocámara ha sido ampliado considerablemente. Eso determina en buena medida la decisión de ir o no a votar, y si tampoco hay listas transnacionales, el carácter «europeo» de la elección se acaba perdiendo en el debate nacional de turno, y el «color» del voto [1], atiende a cuestiones y coyunturas puramente domésticas.

De hecho, la crítica del “déficit democrático” de la UE tiende a relacionar la baja participación en las elecciones al Parlamento Europeo con la propia naturaleza y características que tienen estos comicios. Ya en las primeras elecciones al Parlamento Europeo, un famoso ensayo las calificó como  “second-order national elections” [2], es decir, unas elecciones determinadas por la agenda política nacional y una suerte de examen a medio-plazo para el partido nacional en el poder. En realidad, en la elección de «primer orden» (la nacional) hay mucho más en juego, mientras que en el «segundo orden» no existe la expectativa de que el voto vaya a tener una incidencia en el proceso político europeo, vaya a influir en un reparto de poder o se pueda cambiar un gobierno por otro, sin auténticos partidos transnacionales, sin listas transnacionales, sin liderazgo europeo y sin que el Parlamento Europeo pueda elegir al presidente del Gobierno europeo. Es lo que Weiler y sus colegas [3] definieron como la idea de “to throw the scoundrels out”. La expectativa de alternancia política es esencial en el juego democrático.

El denominado «party deficit» [4] de la Unión Europea es, por tanto, un aspecto esencial para mejorar democracia europea, y se sitúa en el centro de un debate con muchas cosas en juego, la más importante, lo que otorga de verdad salud a cualquier democracia, sea del tamaño que sea: la participación ciudadana.

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[1] Sobre la trascendencia del «color político» del voto de los ciudadanos en las elecciones al Parlamento Europeo, véase Del Río Villar, S. (2009). Comunicar, clave para aumentar la participación en las elecciones europeas de 2009: nuevos espacios, proyectos ciudadanos y plan de acción informativa del Parlamento Europeo (2ª Parte) ARI 90/2009, 02/06/2009. Disponible en: http://ec.europa.eu/spain/images/team_europe/articulo_team_europe_rio1.pdf

[2] Reif, K., & Schmitt, H. (1980). Nine second-order elections: a conceptual framework for the analysis of European election results. European Journal of Political Research, 8(1), 3-44.

[3] Weiler, J. H. H., Haltern, U., & Mayer, F. (1995). European democracy and its critique: Five uneasy pieces. Jean Monnet Working Paper No. 1/95.  New York: Jean Monnet Center, NYU School of Law. Disponible en: http://www.jeanmonnetprogram.org/papers/95/9501ind.html.

[4] Smith, G. (2003). The Decline of Party? En J. Hayward & A. Menon (Eds.), Governing Europe (pp. 179-191). Oxford: Oxford University Press.